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jueves, 15 de octubre de 2009

TE AMO MARTIN

¿Cómo no voy a querer pasar toda mi vida contigo?

Si aun estando dentro de un enorme laberinto, frío y desolado, fuiste capaz de encontrar y destruir al devorador de las doncellas, al enorme minotauro; saliendo victorioso de la sombría cueva, y abordando el regreso.


¿Y aún preguntas si te dejaré?

Cuando has navegado entre aguas tempestuosas, luchando contra los monstruos marinos Escila y Caribdis; soportando el asedio de embrujadas sirenas, saliendo ileso del encanto de su voz, dejándolas a merced del abrumador calor destruyendo sus cantos.


¿Cómo te atreves a decir que no tienes un lugar en este mundo?

Cuando con valentía te enfrentaste a medusa y sin mirarla le venciste; si desafiaste a Ares y capturaste al fiero Cerbero escapando del inframundo y burlando la muerte. Si obligaste con tus flechas de fuego a salir de su refugio a la temible Hidra para después matarle.

¿Cómo no voy a amarte, cuando aun de haber sido hipnotizado un ínfimo instante por los encantos de Lilith, apuñalaste sus malvados dotes, blasfemaste su nombre y me hiciste tu mujer?

Y después de todas tus proezas, regresaste cansado y herido; pero digno y victorioso; con la cabeza de medusa en una bolsa, y la cadena de cerbero amarrada en tu cintura. Me trajiste el cinturón de Afrodita, la égida de Zeus, el casco invisible de Ares y el Tridente de Poseidón como regalos.

Ordenaste a tus hombres te limpiaran y curaran las heridas, que te trajeran vino y uvas; mientras yo besaba tu frente y llenaba mi corazón de orgullo y satisfacción al verte volver triunfante y airoso.

Mire tus ojos y contemple tu furia, tomé tus manos y sentí tu fuerza, tu valentía; y en tu pecho lleno de arrogancia reposé contigo hasta el amanecer.

¿Te preguntas entonces que haces aquí?

Ahora dejas que te bese y te complazca, disfrutando de tu conquista; amando a tu diosa de la luna antes que te vuelva a ver partir a la batalla, con la misma mirada petulante con la que te vio regresar.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Quiero huir!!!

Algo pasa en estos días nublados que ya el viento no me hace feliz...

Es extraño, porque en estos momentos estas en mi vida y debería ser la razón que moviera mi sentir para despertar dichosa; pero hoy... hoy no sé que me ocurre, que esa dicha suele ser sutil y momentánea.

Será que ver, a las personas que se dicen amarme, criticarme y no aceptarme, será que en verdad les parecerá tan monstruosa mi manera de pensar, de actuar, de sentir? Creo que esta vez en lugar de querer huir por ira, quiero salir por la inmensa depresión.

No es solo el deseo de huir; pero sigo sin estar satisfecha con lo que soy, y continuamente me juzgo tan severamente o incluso más que aquellos que intentan cambiarme. Me reprocho seguir aguantando y me le reprocho al espejo que me muestre a diario aquello que no quiero ver.

Tengo tantas ilusiones, proyectos, metas... y sé que ellos no compartirán el momento en que las logre, porque no están de acuerdo... y me odiaran por ello, por no seguir sus pasos, por no ser lo que ellos esperaban.

Quiero continuar, y lo hago, pero a veces, en días como hoy... solo quiero llorar, pero no puedo hacerlo.

viernes, 2 de octubre de 2009

La sangre de los hombres es más dulce

Isabel se despertó ya muy entrada la mañana. La noche anterior se había acostado antes de las nueve de la noche y a las once de la mañana la despertó la luz del sol, entrando por su ventana. Bostezó un par de veces y se estiró. Notó una tenue mancha de sangre en su sabana, se sobrecogió. Se levantó de la cama y vio su nariz con sangre ya seca, formando coágulos y costras en los pliegues de su piel.

Isabel comenzó a respirar con dificultad, sentía su corazón latir al ritmo de una locomotora, sudaba. Sujetándose de las paredes llegó al baño, donde abrió la llave de la regadera y se detuvo de la cortina para mantenerse debajo del chorro de agua helada. Poco a poco logró sentarse. El agua teñida de rojo se iba por la coladera mientras Isabel lloraba como una chiquilla, con la sola idea de olvidar su pasado. Isabel padecía hematofobia.

A los 8 años presenció la muerte de su madre y un año después la de su padre. Carmen, la madre de Isabel, murió dando a luz prematuramente a causa de fuertes golpes. Tras un largo parto de nueve horas fue expulsado el pequeño Luís. Carmen se desangró y no duró más de dos horas viva. El pequeño Luis sobrevivió tan solo cuatro meses a causa del sarampión.

Cuando los hilos escarlata dejaron de verse, Isabel se levantó; se quitó el camisón mojado y se envolvió en una toalla. No era la primera vez que le ocurría la misma tragedia. En repetidas ocasiones había ya pasado por lo mismo. Isabel padecía una rara enfermedad, y sangraba fácilmente o sin motivo alguno. Una cortada o raspón le sangraba durante largo rato antes de poder detenerse. Irónicamente no podía soportar mirar, o siquiera oler su vital fluido.

En días atrás había leído en las noticias del periódico, reportajes sobre un asesino que había matado alrededor de 12 hermosas mujeres, les extraía la mayor sangre posible del cuerpo, con gruesas jeringas de 20 centímetros para uso veterinario. El simple hecho de imaginar que alguien hiciera algo así la asqueaba.

Isabel tenía alrededor de treinta y cinco años y vivía sola; no tenía familia, esposo, novio y ni aun amigos. Trabajaba como mesera en una fonda cerca de su casa; con un sueldo escaso, pero que le era suficiente para vivir sin dificultades.

Isabel era reservada y discreta, no salía a divertirse a ningún lado. Los largos fines de semana en que no iba a trabajar se la pasaba durmiendo la mayor parte del día o haciendo las compras necesarias para el hogar.

Ya repuesta se vistió y tomó dinero para ir al mercado a conseguir unas cuantas cosas que ya escaseaban en la casa. En el mercado mientras compraba lo que necesitaba, Isabel vio a una muchacha de cara hermosa y un cuerpo perfectamente bien torneado, morena, de cabello castaño y ojos color miel que iba acompañada por su madre. Su corazón dio un salto, se sintió atraída en seguida. Le llamó la atención verlas tan contentas, disfrutando juntas de algo tan sencillo como hacer el mandado en compañía una de la otra. La imagen de la pareja de madre e hija se le quedó guardada en la memoria. Las había visto ya antes pero no les había prestado atención; vivían a una cuadra de su casa, en una casita azul de aspecto dulce e infantil.

Isabel regresó a casa con una pequeña bolsa de frutas y café en grano, exactamente las cantidades que necesitaba; nunca compraba de más, era fría y calculadora. Nada le emocionaba, ni vestidos, ni zapatos. Sin embargo cuidaba su piel con una creciente obsesión

Comenzó a guardar sus viandas, y, como un típico fin de semana, se dispuso a dormir. Despertó al día siguiente en la mañana para ir al trabajo. Se vistió y maquillo rápidamente. Su cara pálida se reflejaba en le espejo del baño mientras ella pintaba sus labios de carmín. Noto un par de pequeñas arrugas al lado de sus ojos, su expresión indiferente cambió por una de frustración. Se estaba haciendo vieja. No podía soportar la idea de envejecer, y sus esfuerzos por verse como una chiquilla no le servirían eternamente. Las arrugas eran casi imperceptibles, Isabel parecía diez años más joven de lo que era en realidad pero no le era suficiente. Terminó de arreglarse y se fue a trabajar.

Su semana pasó sin novedades, el trabajo era cada día igual, las mismas personas y siempre la misma comida desabrida.

Al amanecer el siguiente sábado la pesadilla volvió a repetirse para Isabel. Las manchas de sangre en su cara la regresaron al cuadro de pánico. Volvió a sudar frío y sus ojos horrorizados miraban a su alrededor tratando de borrar las imágenes sanguinolentas de sus padres que llegaban a su mente poco antes de que Isabel cayera desmayada al piso. Cuando se despertó se dispuso rápidamente a asearse. Encendió su televisor para tranquilizarse, y las imágenes blanco y negro mostraban a las nuevas asesinadas. Eran dos mujeres, las mismas que había visto en el mercado el domingo anterior. El miedo la invadió tan solo de pensar que el asesino estaba muy cerca de ella. La señora Soledad, la dueña de la casita azul, estaba totalmente golpeada. La habían matado brutalmente, tal vez intentando defender a su hija.

El padre de Isabel había tratado también de defender a su esposa la tarde que murió. La asaltaron y golpearon, y a él lo dejaron inconsciente sin darle oportunidad de defenderla. Nunca pudo reponerse a la culpa de no haber evitado el prematuro parto de su esposa a causa de los golpes, y por ende su muerte. Tras un año de sollozos se cortó las venas y murió dejando un grotesco charco rojo a sus lados.

Isabel, probablemente a causa de su pasado era taciturna. A nadie le había contado nunca su tragedia familiar, ni su pánico desmedido a la sangre. Sus recuerdos ya no le hacían tanto daño, pero su personalidad era resultado del dolor pasado.

Nunca quiso mudarse de casa de sus padres. De pequeña su tía materna había querido llevarla a vivir consigo, pero en vez de eso iba diario a verla unas cuantas horas, le cocinaba y le enseñaba a leer y escribir pues nunca quiso ir a la escuela. Cuando Isabel cumplió quince años su tía Ramona decidió irse a vivir a Cancún dejándola sola. Desde entonces Isabel cerró con llave la recámara de sus padres y decidió no volver a entrar allí. No abría la puerta, no por el lúgubre recuerdo, la razón real era que sentía que la habitación aún olía a la sangre putrefacta de sus progenitores. Aún cuando la tía Ramona había quitado cualquier vestigio del vital líquido después de que se llevaron el cuerpo de su padre, Isabel aun podía oler la sangre de sus padres.

La imagen de Soledad y su hija estuvieron durante una semana en cada periódico del pueblo y en cada noticiero de la televisión, pero Isabel dejó de ponerles atención y se concentro en su trabajo.

La fonda de Doña Chona iba creciendo y eran cada vez más los clientes que Isabel tenía que atender. Un muchacho, que asistía a diario a comer allí de aproximadamente veinticinco años se fijaba constantemente en Isabel. Ella era muy bella. La mayoría de los hombres no la miraban debido a su inexpresivo rostro, pero para Antonio era una cualidad muy valiosa, creía que le daba un mágico toque de misticismo y encanto. En repetidas ocasiones la invitó a tomar un café o un helado pero ella no aceptaba. Toño se ilusionaba más a cada negativa que ella le daba. Isabel no daba importancia a las continuas invitaciones de su admirador, no por que no fuera atractivo, sino que no sabía como comportarse con él ni de que tema hablar, ya que no estaba dispuesta a dar detalles de su vida. Era sumamente hermética.

Cada vez eran mas frecuentes los incidentes con la sangre de su nariz, seguía sudando y latiéndole el corazón de manera descontrolada, sin embargo ya no se desmayaba, ponía cada noche una bandeja con agua al lado de su cama por si en la mañana tenía que quitarse la sangre rápidamente de la cara.

Antonio continuaba insistiéndole hasta que por fin Isabel aceptó.

Un viernes por la tarde salieron a pasear al parque, disfrutaban de dos paletas heladas de grosella. Antonio platicaba mucho, sobre su familia y su trabajo como médico recién egresado. Isabel solamente escuchaba, con la expresión de indiferencia; y cuando Toño le preguntaba sobre ella, contestaba que vivía sola, que era huérfana y que todos sus días eran iguales. No decía más que eso, pero lo animaba a contarle más sobre su profesión. Él le comentó que había estado presente en la autopsia de una de las mujeres asesinadas y que era impactante ver un cadáver al que le había sido arrebatada la sangre. Ya que Isabel se mostró indiferente a su plática Antonio le propuso que le llevara a conocer su casa. Ella aceptó con la mirada y la voz inexpresiva, como siempre.

Eran alrededor de las diez de la noche cuando la pareja llegó a casa de la taciturna mujer. A media luz Isabel se veía aún más hermosa, la luz se reflejaba en sus ojos y en sus largos cabellos negros mientras se sentaba cruzando la pierna en el sillón. Comentó que estaba exhausta y que sería mejor que se vieran en otra ocasión. Antonio no pudo evitar ver los perfectos muslos de la mujer a través de la falda, que no era muy corta, pero dejaba ver una piel suave y firme;

Toño imaginaba el cuerpo desnudo de la mujer al contemplar a Isabel en todo su esplendor. En su mente imaginaba cuadros en el que él la besaba y la acariciaba, y la tomaba lentamente.

Después de algunos minutos de estar callados, mientras Antonio se sentía cada vez mas excitado, por fin se sentó a su lado y le susurró al oído que era muy bella y que desde hacía tiempo la deseaba. Sin despegarse de su indiferencia, Isabel le contestó que buscara en el cajón de la cocina unas llaves, para abrir la recamara de sus padres ya que la cama de su cuarto era pequeña para soportar a los dos.

El joven se sorprendió sobre manera ante la respuesta de Isabel, completamente complaciente pero al mismo tiempo indiferente. Dudó un poco antes de levantarse a buscar el cajón en la cocina; no sabía si la respuesta que había recibido era seria, o si su compañera solo jugaba con sus íntimos deseos. Empezó a respirar cada vez mas agitado y en una ráfaga de ansia, empezó a acariciar las piernas de Isabel. Ella sin expresión en su rostro copió sus movimientos. en ese momento él sintió como la sangre de su cuerpo le quemaba. Se levantó de un salto y corrió a la cocina.

Las llaves estaban atoradas con un cuchillo. Toño trató de liberarlas y lo logró, pero se rasgó la palma de la mano profundamente y la sangré brotó rápidamente. Isabel lo miró, pero no sintió pavor. Su rostro se quedó inmóvil mirando la mano de Antonio. Extasiada se acercó a él y lamió su mano y sus dedos embarrados del precioso líquido, confiando en que hacerlo retardaría su envejecimiento. – La sangre de los hombres es más dulce – exclamó

Toño horrorizado al darse cuenta que estaba frente al supuesto asesino, corrió hacia la puerta, pero antes de que pudiera abrirla Isabel lo golpeó en la nuca con una cazuela de barro. Antonio calló muerto al suelo. Isabel, con mirada perversa y los labios pintados de carmín por la sangre, sonrió.

A la mañana siguiente no recordó nada.